Cómo funciona nuestra mente ante una fobia
Las fobias específicas constituyen una de las aflicciones más frecuentes de los denominados trastornos de ansiedad, pues sus manifestaciones entorpecen el funcionamiento diario del que las padece, como consecuencia de un intenso temor por la anticipación o presencia del estímulo temido (sangre, inyecciones, animales específicos, conducir, hablar en público,etc).
Pero, ¿por qué aparece un miedo tan extremo ante situaciones, objetos o animales tan comunes?, ¿qué es lo que ocurre para que este temor sea tan angustioso?, ¿por qué cada vez ese miedo es mayor?
Durante el desarrollo de una fobia, se experimentan 3 tipos de activación que nos conducen a mantener el miedo. Por una parte, se activa nuestro sistema de creencias disfuncionales, a través de pensamientos anticipatorios y catastrofistas sobre el estímulo temido; llegando a pensar en la peor de las consecuencias posibles, en que aquello a lo que se teme pueda llegar a provocar un verdadero peligro para nuestra supervivencia.
Tras esta consecución de pensamientos, se produce una nueva activación en nuestro sistema nervioso exteriorizada mediante síntomas corporales como sudoración, temblores, tensión muscular, palpitaciones, etc; nuestros propios pensamientos nos indican que hay un peligro, por lo que nuestro cuerpo va a responder como lo hace ante cualquier situación de miedo, sea racional o no. Además, aparece una nueva creencia ante las sensaciones corporales que se experimentan: “si me encuentro tan mal es porque algo malo va a pasar”, participando como un mantenedor del miedo inicial.
En respuesta a este proceso, aparece una última activación conductual: la evitación al estímulo temido. Inmersos en las creencias de peligro y en las indicaciones de nuestras propias sensaciones corporales, nos alejamos de la situación a la que tememos y la evitamos en el tiempo, reforzando la idea de peligro inminente que teníamos en un primer momento.
De esta forma, durante el curso de una fobia específica, “nuestro cerebro aprende” a pensar de manera catastrófica ante el estímulo temido y a interpretar las sensaciones corporales como indicadores de peligro, manteniendo estas creencias en el tiempo y avivando la intensidad y desproporción del miedo al peligro real que plantea la situación u objeto.
REFERENCIAS
Caballo, E. (2007). Manual para el Tratamiento Cognitivo Conductual de los Trastornos Psicológicos. Siglo XXI de España Editores.
Ellis, A. & Russell, G. (1990). Manual de Terapia Racional-Emotiva. Descleé de Brouwer.